1,2,3.

Tengo tendencia, también, al rito. Sí. No estoy más casada que el que no se casa pero soy de las que sí notó la diferencia y, con mucho, mereció la pena. Los ritos son importantes en mi vida. Comer un buen chuletón sin un buen tinto es como correr sin música, me faltaría algo, no es que no lo disfrute es que no es el ritual perfecto; claro, cada uno tiene el suyo, no tienen que compartirse necesariamente y rara vez son compatibles con los ajenos. Las ceremonias se montan con cualquier cosa que lo merezca, digamos que soy ritualista de vocación; los sábados de verano como hoy, sin ir  más lejos, en los que, tras llegar a las mil después de ir a comer a casa de mis padres con no ninguno y sus secuaces, me siento a leer en el porche con una cena a base de picoteos variados y diminutos, igual dos millones o tres de unidades de distintos embutidos, panes, un buen tinto... Preparo con esmero en la bandeja minúscula, comprada ad hoc, un platito con esto, un platito con aquello, un bollito de pan de no sé qué, unos craker; luego, voy a la vitrina y cojo LA copa de los sábados y domingos, una alta de cristal finísimo en la que el famoso tinto se crece, LA por única superviviente de ocho que vivían felices todas juntitas hasta que mis manos se hicieron con su limpieza, y LA que, por cierto, vive en su estante rodeada de cables por si alguien osa tocarla en mi ausencia (en mi presencia imposible: se juega la vida). Total, que continuo colocando todo en su sitio, abro el vino, lo aireo con xeito, me lo sirvo y mmmmm ceno tan a gusto. Hay partido del Madrid, remordimientos con mi in-law = 0mata0. Fácil a veces. Sé que hay planes mejores, pero si Mayra me preguntara no lo dudaría: me planto en éste.